Desgraciadamente en múltiples ocasiones nos dejamos llevar más por las formas que por aquello que solemos llamar "corazón".
Para profundizar en el tema que quiero abordar hoy, me voy a permitir utilizar una anécdota vivida por mi padre hace ya muchos años; tantos que la anécdota nos muestra, además de a mi padre, a quien en estos momentos es rey honorífico y en aquellos era el príncipe designado para reinar en un futuro. La anécdota es ésta. Cuando la televisión francesa decidió filmar un documental sobre el entonces príncipe de España y su familia, con la colaboración de la televisión española, mi padre (por su trabajo) tuvo la oportunidad de conocer a aquel heredero. Debo señalar que mi padre en su vida terrenal había sufrido una fuerte polio que le impedía caminar si no era con la ayuda de dos bastones. Al acercarse a saludar al príncipe y hacerlo con respeto tomándole la mano e inclinando ligeramente la cabeza, tuvo la mala fortuna de que uno de sus bastones resbalara y cayera al suelo, sin poder servir de apoyo ya a su dueño. En aquel momento, nadie se movió para solventar la situación; sólo una persona lo hizo; ¿quién? ¡El propio Príncipe!
¿Por qué he elegido contar esta historia y utilizarla en este artículo? Por la sencilla razón de que durante mucho tiempo me ha servido de gran enseñanza; una enseñanza que quiero compartir con quienes aquí se detengan a leer mis artículos.
Siempre me llamó la atención que entre las muchas personas que se encontraban allí reunidas, les fuera tan difícil "saltarse el protocolo" y acudir en ayuda de quien en ese momento tenía un problema. Es decir, las formas impedían que el corazón se mostrara. Digamos que eran más fuertes las supuestas formas de protocolo que lo que la necesidad pura y dura dictaba al corazón de la gente. Porque ¿hay que preguntarse sobre la conveniencia o no de ayudar a un niño, una anciana, un oficinista que se ha tropezado en la calle? No, ¿verdad? Sencillamente uno acude en su ayuda y ya está. ¿O es que una mujer no puede ayudar a un hombre porque las buenas y anticuadas maneras dicen que son los hombres los que tienen que ayudar a las mujeres?
Sin embargo, hay alguien que sí reaccionó rápidamente. ¿Por qué? Creo que probablemente por varias causas. Una, por supuesto, por su proximidad física ante quien le estaba saludando. Pero otra, y es aquí donde me gustaría detenerme, porque creo yo sabía muy bien quién era y que por tanto no necesitaba ajustarse a supuestas normativas sino sencillamente actuar como el sentido común y el corazón le dictaba.
Y es que me temo que muchas veces cuando uno no se muestra respetuoso o bien tiene que razonar en exceso lo que conviene y lo que no, se debe al hecho de que la persona en cuestión no tiene verdadera conciencia de sí mismo. Sólo el que sabe quién es puede actuar de motu propio. No es lógico que se nos diga a quién podemos sonreir y a quién no; a quién podemos ayudar y a quién no; pues la persona que sabe quién es en su interior, no busca manuales de instrucción para actuar, sino que se basa en el propio sentido común y en su propio corazón.
Quizá deberíamos cuestionarnos cuántas veces dejamos de obrar con el corazón por vergüenza, por el qué dirán, por miedo al ridículo, porque no sabemos si es o no oportuna nuestra acción. ¡A veces nos cuesta tanto trabajo dar una respuesta espontánea! Quizá el mismo trabajo que nos cuesta reconocernos como los seres que realmente somos o estamos destinados a ser. La seguridad interior de cada uno, la autoconfianza permite que nos expandamos mucho más allá del mero formulismo y es así como conseguimos que la esencia que llevamos en nuestro corazón se despliegue sin miedo alguno.